Cualquiera sabe que al ascender la montaña o caminar por los médanos u otros entornos, el traqueteo de uno mismo constituye el habla, la música acompasada; nos detenemos: la pausa, supuesto ‘silencio’ del Yo. Vemos lo extenso en todas las direcciones. El sonido sigue y suena también como el recuerdo del recuerdo... la sombra y el espejo que nos unen y nos definen.
Lo más importante y de acuerdo con la fluctuación inabordable del paisaje sonoro es la escritura de la dinámica, la articulación y el timbre para cada instrumentista, para crear una espacialidad particular debida a la pluralidad y variación de fuentes sonoras. Diría que la composición misma se basa en los matices de intensidad, articulación y timbre: esa antigua vida oculta de cada sonido en manos de los intérpretes; el paso de las dulces notas a la realidad espectral y rugosa.
El andamento de toda la obra se manifiesta en torno a la parte de violonchelos, son éstos instrumentos los que muestran un camino.
Caracas, 18 al 27 de mayo de 2012